PENTECOTÉS
Celebramos este domingo la Fiesta de Pentecostés. El significado de este día sólo lo comprendemos desde y la misión de Jesucristo. El Espíritu Santo enviado a los apóstoles en Pentecostés es el mismo Espíritu de Jesucristo Resucitado, que una vez vuelto al Padre, como lo celebramos en su Ascensión, cumple con la promesa de enviarnos al Espíritu Santo para comunicarnos como gracia la obra que él había realizado.
Esto significa que el Espíritu Santo hace realidad en nosotros la obra de Jesucristo. Él actúa interiormente como gracia, es decir, como una fuerza interior que transforma nuestra vida según el Evangelio. No se puede comprender la obra del Espíritu Santo sin Jesucristo, y no se puede vivir la obra de Jesucristo sin la presencia del Espíritu Santo. En Pentecostés alcanza su plenitud la obra de Jesucristo.
La misión del Espíritu Santo tiene como una doble tarea a cumplir, una a nivel personal y otra, diría, a nivel comunitario. Siempre debemos tener presenta que la obra de Dios se realiza contando con nuestra libertad. No se trata de algo automático sino de un don, de una gracia, que, se ofrece a nuestra libertad. Esta es la grandeza de la dignidad humana: "Dios nos ha creado sin nosotros, dice san Agustín, pero no ha querido salvarnos sin nosotros" (C.I.C. n° 1847). A nivel personal el Espíritu Santo ha sido enviado para interiorizar en nosotros el Evangelio de Jesucristo. Podemos decir que el Espíritu Santo convierte en fuerza interior, en gracia, lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. Por ello, el mismo san Agustín, que ha comprendido esta misión del Espíritu Santo, va a decir, Señor, no me des sólo como mandamiento lo que me enseñas, sino dámelo primero como gracia y luego, concluirá, pídeme lo que quieras. Si me pides, Señor, que ame, que sepa perdonar, que tenga un corazón limpio, el diría, dame esto, Señor, como gracia y no como un mandamiento, porque no tengo fuerzas para cumplirlo. Esto nos permite comprender la frase de Jesucristo cuando nos dice: "separados de mí, nada pueden hacer" (Jn. 15, 5). En esta intimidad de vida con Jesús obra el Espíritu Santo.
A nivel comunitario la misión del Espíritu Santo es formar la Iglesia. Ella no nace de un acuerdo entre los hombres sino que se la recibe como un don, para hacer realidad la obra y la misión de Jesucristo. Estamos acostumbrados a verla como una Institución y lo es, pero no es lo esencial. Tiene un ropaje humano porque vive en el tiempo y está formada por hombres y mujeres, pero su verdad profunda es continuar en la historia, la vida y la misión de Jesucristo. Así como Jesucristo siendo Dios se encarnó en un cuerpo, de un modo semejante pero no igual, la Iglesia es la continuación en el tiempo de la presencia de la humanidad de Jesucristo. Esta conciencia la expresaba san Pablo, cuando decía: "Pero nosotros llevamos ese tesoro (Jesucristo) en recipientes de barro" (2 Cor. 4, 7). Como vemos lo humano no es ajeno al plan de Dios, pero no es lo esencial. La Iglesia en un sentido pertenece a este mundo porque está construida con materiales humanos, pero en otro sentido proviene de Dios, porque es Jesucristo quién la ha creado y la sostiene con la fuerza del Espíritu Santo. Esto significa una gran responsabilidad para el hombre de Iglesia. Cuando se pierde de vista esta dimensión de santidad, de presencia de Dios, la Iglesia se debilita. El mayor peligro de la Iglesia no está fuera de ella, sino dentro de ella misma. Cuando la Iglesia más se identifica al Espíritu de Jesús es más coherente y fecunda en su misión.
Deseando que este domingo de Pentecostés sea, tanto a nivel personal como comunitario, un momento de renovación, de crecimiento espiritual y de compromiso con el Evangelio de Jesucristo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en Cristo Nuestro Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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